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¿Cuánto daño nos ha hecho Rambo?

 Influencias de la moral mercenaria.

Fernando Buen Abad

¿Cuánto daño nos ha hecho Rambo? Sin contar las balaceras, las trompadas, los gritos y los estruendos que el cine mercantil usa como “Caballo de Troya”, estético-ideológico, Rambo (todos los Rambos con sus estelas mercenarias) deja cicatrices culturales que supuran pus doctrinaria dolorosa y peligrosa.

 Bajo la parafernalia de las musculaturas y los uniformes tapizados con armas de calibre diverso, puñales, cadenas y granadas… hierve un caldo ideológico pensado para excitar la libido guerrera de ciertos (y ciertas) consumidores de mercenarismo fanático. Pelean cargados con cientos de armas y con el cerebro intoxicado de odio.

Aquí el nombre de Rambo es sólo “botón de muestra” para aludir a un estereotipo que las máquinas de guerra ideológica disfrazan como espectáculo en las aventuras audiovisuales de la violencia mercenaria. No haremos ahora tipologías ni taxonomías de “héroes” cliché, pero digamos que no revisten mucho ingenio los personajes ni mucha lucidez sus “aventuras” como “salvadores del mundo”. Su reino es el paraíso de lo simplón donde cabalgan a sus anchas esos psicópatas exhibidos como “mesías” con metralletas.

Está hecho el daño. Muchas generaciones en todo el planeta, profesan adoración por esos ídolos mass media y sus causas mercachifles. Los números de audiencias son reflejo pálido de las mareas emocionales que se agitan en sus “fans”. Ahí se mezclan las frustraciones, las mediocridades, las soledades… con las lecciones de clase que enseñan al “público” a odiar a los “distintos”, que suelen ser “malos”, y a disfrutar con su aniquilación total a la sombra de una bandera con estrellas. Y mucho dinero.

Todo se exacerba e histeriza cuando los escenarios bélicos se multiplican y se publicitan a mansalva. De donde menos se lo espera uno, aparecen los ciudadanos comunes “uniformados”. Personas comunes desempolvan sus vestuarios que son moda “Army”, permanentemente, en no pocos catálogos “Prêt-à-Porter”.

Se multiplican las publicidades y las ofertas para botas, calcetines, mochilas, sombreros, camisas y pantalones “Army Fashion”. Telas camufladas, teléfonos, antiparras y algunos dispositivos de visión nocturna que incitan a la aventura del espionaje sobre “los otros”, tal como sucede en las películas de acción militarizada y paramilitarizada. Algunos compran su “Jeep” y lo camuflan con realismo para pasear por los barrios. Un Rambo personalizado habita en sus cabezas y corazones. El daño está hecho.

Esa empatía seudo-militar, cultivada en los redaños de los afectos ideologizados, aguarda “serenamente” su “hora de la verdad” cuando, al margen de las exhibiciones fílmicas, aparece en un noticiero, una fotografía, una conversación…. la oportunidad de cierta “operación asalto” en la subjetividad dispuesta a solidarizar con el mercenarismo aniquilador y, como mínimo, aceptar cualquier monstruosidad convertida en parte de los anhelos propios.

Esa identidad con los “comandos de asalto” tiene cámaras y micrófonos imaginarios para la intimidad del Rambo mental que se hermana con los Rambos asalariados para el crimen. Hermandad psicológica macabra.

Ocurre tanto en los videojuegos como en los cines. Desde luego que la “recepción” tiene siempre marcas de clase, incluso cuando el receptor lo ignore. Los grados de daño sobre la “recepción” tienen matices de calidad y cantidad muy diversos que van desde la simpatía simple hasta la asimilación fanática que se convierte en propagandista de gustos y valores infiltrados para la proliferación del “sentido común” que asume la necesidad de ejércitos, tipo Rambo, en todos los órdenes sociales.

Y eso incluye a los Rambos sindicales, los Rambos eclesiásticos, los Rambos académicos y los Rambos empresariales. Entre muchos otros conocidos en los escenarios de la lucha de clases. Conocidos y padecidos. 

Brilla por su ausencia, o escasez, el instrumental crítico democratizado, que debería proveer la educación pública y gratuita, porque el daño llamado Rambo ha alcanzado también al mundo docente, en las aulas y en las oficinas. Y así como no prolifera el instrumental crítico contra la manipulación simbólica, en el caso concreto de la moral mercenaria, tampoco prolifera la educación para la crítica científica contra la ofensiva ideológica burguesa en todos sus frentes agresivos y cotidianos. ¿A qué se debe? O son cómplices o son ignorantes. Las dos opciones son horrendas.

Si la tasa promedio de “consumo” mediático ha crecido con las “redes sociales” se explica menos la ausencia del Estado en defensa de la integridad educativa y cultural de los pueblos. Se trata de un desamparo perverso, se lo vea como se lo vea. Se trata de una omisión de “lesa humanidad” porque están involucrados sectores sociales muy frágiles e indefensos. La totalidad de los niños y niñas, por ejemplo. Que no son pocos.

Y todo es peor, y tiende a empeorar diariamente, porque contando con profesionales de la comunicación y de la semiótica; teniendo instituciones y recursos; viviendo bajo una guerra mediática sin precedentes... parecería que nada ocurre y que Tirios y Troyanos están encantados con el formateo de cerebros bajo el estereotipo Rambo, en todas sus variedades. Inaceptable e imperdonable. Pero nadie escucha. Nadie asume las tareas ni las responsabilidades.

Nadie se toma en serio la amenaza del daño intelectual sobre las cabezas de los pueblos ni el peligro estratégico militar implícito en incubar mentalidades cómplices de las invasiones mercenarias. Como si fuesen “naturales”, nuestras, de los nuestros. ¿Es esto una exageración? Ninguna comparada con los efectos tóxicos de los modelos imperiales metidos en nuestras casas y en nuestras cabezas. Basta.

Necesitamos la proliferación de institutos de semiótica, emancipados y emancipadores, vacunados contra la burocracia interna y externa. Ciencia de las apariencias dispuesta a desentrañar el cúmulo de aberraciones que nos amenazan disfrazadas de “diversión”.

Institutos cuyos métodos de intervención y transformación cultural no contengan virus mercantiles y sí contengan pasos específicos para su autocrítica tanto como para la administración de los presupuestos. Institutos para la defensa de la integridad y diversidad de las expresiones culturales y para la valoración consensuada, y democrática, del discurso mediático, concesionado por el Estado para circular socialmente.

Necesitamos acción científica plural y democrática, que ponga por valor supremo la emancipación de la inteligencia, la dignidad humana y el respeto inalienable para no ser más víctimas de la manipulación simbólica que hoy ejercen los poderes económicos e ideológicos. Urge.

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